Por Emilio Castro
Al otro lado del “río ancho”, del Estrecho, mirando al sur, hay otro mundo que sobrevive a la intemperie. Más allá de la montaña a la que los ceutíes llaman la Mujer Muerta y los marroquíes Djebel Musa, se extiende, pero no se entiende al ignorado continente africano del que provenimos todos, listos y tontos, ricos y pobres, blancos y negros. Allí Lucy, una Australopithecus afarensis, tallaba nuestro futuro en piedra hace más de tres millones de años. Allí nos bajamos de los árboles, levantamos la mirada sobre la hierba para cazar, poder comer carne y comenzamos a caminarnos el mundo.
Al parecer, el continente más antiguo, la cuna de la humanidad, nunca alcanza la mayoría de edad, siempre necesita hermanos mayores y señoritas Rottenmeier. “Los africanos son como niños, no se les puede dejar solos”. Europa se repartió el continente por si podía rascar algo y rascó.
El rey de los belgas, Leopoldo II, explotó, robó y masacró el Congo, que no era belga, sino de su propiedad particular, aunque a esta “merienda de negros” nadie le llama Leyenda Negra. España, hundida hasta la cintura en su propia decrepitud, participó de la tarta en Fernando Po y tuvo un desierto para ella sola.
Aunque era un país medio analfabeto, atrasado y desnortado, fue “protector” del norte de Marruecos.Aquel territorio le servía para creerse todavía un imperio. Allí se forjó una casta de militares africanistas con dramáticas consecuencias.
Hartos de latigazos, los pueblos comenzaron a independizarse de sus ocupantes, que habían troceado con escuadra y cartabón, etnias y culturas. Habían inventado un mundo en el que lo blanco era puro y superior y lo negro o tostado, sucio e ilegal. Les metimos a punta de guisopo nuestras religiones, nuestros idiomas y nuestros odios.
Dios tiene el pelo lacio y la piel lechosa, a veces es rubio con los ojos azules. Los franceses hablaban del continente útil y el inútil. El valor de un territorio y sus pobladores se contaba en francos franceses, escudos portugueses, libras esterlinas, marcos alemanes y pesetillas españolas.
Se suponía que al librarse del yugo europeo serían libres y felices, pero qué va, qué va. En cuanto quedó libre el palacio del gobernador, aparecieron delegados de las multinacionales. Presidentes títeres y militarotes golpistas, vendieron su alma por una cuenta en Zurich. Más tarde, aparecieron los rusos “desovietizados”. Ya no suenan tambores lejanos, la orquesta mercenaria Wagner sólo interpreta la sinfonía AK47 de Mijaíl Kaláshnikov.
Los chinos, que no son fáciles de engañar, cambian yuanes por “baratijas”. Los estadounidenses no han actuado mucho, han estado ocupados en Latinoamérica. África es el continente de los experimentos sin gaseosa, en el que el poder le vende armas a la mitad de la población para que mate a la otra mitad y así se pueda dedicar a lo importante, a arrancarle diamantes, oro y coltán a la tierra.
La población crece sin engordar, hay que huir de esa tierra sin pan. África se desangra perdiendo su mejor tesoro, la gente joven llena de energía y una vitalidad que a menudo pierde, intentando llegar sin papeles a un paraíso donde no se les quiere, aunque se les necesita desesperadamente.
Las niñas se hacen madres que procuran que no se les mueran más hijos de enfermedades nada raras. Trabajan la tierra como se hacía antes de la revolución industrial, preguntándose “que por qué son carne de yugo”.
Ahora, el racismo estúpido y suicida ataca de nuevo, como cuando se expulsó a los judíos y a los musulmanes y se hundieron las economías de Castilla y Aragón. Gran Bretaña, en ese empeño, languidece sin los trabajadores que hacían todo lo realmente importante. A ver quién le explica esto a los magnates, sordos-ciegos, indigentes morales, cenutrios orgullosos de su estupidez y dueños de la pasta, que mangonean el planeta.
África es una mujer de mirada serena y vitalista. La vieja dama más joven del planeta, que sirve sobre todo para sentirnos más ricos y mejores. La necesitamos para poder sentir que, aunque la cosa está fatal, en la primitiva África están mucho peor. Se nos olvida que África es nuestra madre patria.
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