Por Pablo Villacampa Guarga
El 16 de agosto de 2018, se cumplieron 100 años de la declaración oficial de Ordesa y Monte Perdido, como Parque Nacional en España. Un lugar que resultó emblemático para los primeros exploradores del Pirineo. El Parque ocupa, actualmente, 15.608 hectáreas. Considerado el macizo calcáreo más alto de Europa. Las imponentes Treserols -tres hermanas, en fabla aragonesa- representadas por los picos de Añisclo (3.263 m.), el Cilindro de Marboré (3.328) y el emblemático Monte Perdido (3.355 m.), son su perfil más mítico. A lo largo de la historia, muchos fueron los factores determinantes para que esta zona llegara a convertirse en lo que es hoy. Y sobre todo, muchas las personas implicadas.
Nos remontamos hacia 1787, con la figura de Ramond de Carbonières. Por profesión, político. Por afán, geólogo y botánico. Este francés, fue uno de los primeros estudiosos del Pirineo. Desde que avistara esta zona por primera vez, se fijo un motivo claro: conquistar esa cima de 3.355 metros, El Monte Perdido.
Lo lograría en 1802, después de muchos años de notas, estudios y comandando un pequeño grupo de cuatro personas, incluido él. Estas personas, entre las que había un pastor de Pineta –uno de los cuatro valles que comprende este Parque, junto a Ordesa, Añisclo y Escuaín-, se le adelantarían unos días en la subida a la cima, pero no conseguirían restarle fama.
De hecho, en homenaje al tardano Carbonières, se da nombre al pico de Añisclo, conocido también pico de Soum de Ramond. Estos guías, serán el vivo ejemplo de esos héroes, anónimos y olvidados, que nos dejará la historia de este lugar.
Casi un siglo después, llegaría la figura de otro apasionado francés. Su nombre, Lucien Briet. Si el anterior fue pionero, este último, sería altavoz. Animado por las notas de anteriores cronistas, como Carbonières, Briet empezó a amar estas montañas.
El bueno de Lucien, decidió recorrer durante 20 años, las cimas del Pirineo y lo plasmará todo en una serie de historias y libros. Su obra cumbre: el tomo ‘Bellezas del Alto Aragón’, publicado en Huesca, en el año 1913. Durante todo este tiempo, Briet se relacionará con guías de la zona y habitará los lugares y municipios que hoy alberga el entorno del Parque Nacional. Se convierte así, en defensor ferviente de la zona, siendo uno de los primeros en destacar la necesidad de protección de este lugar.
Esta necesidad, también la hace suya, Pedro Pidal. Marqués de Villaviciosa y avispado político nacional que no duda en copiar el modelo de Estados Unidos que, en 1872, declara a Yellowstone, como primer Parque Nacional.
Con astucia política y altura de miras, Pidal aglutina las voluntades suficientes como para que en 1916, se eleve y apruebe, la primera Ley de Parques Nacionales en España. Una norma que, en un escueto y seguramente insuficiente resumen de la misma, viene a destacar a estos espacios, como lugares de interés común para la ciudadanía, por sus valores paisajísticos y que debían ser especialmente cuidados.
Dos años después, en 1918, se crearán las dos primeras figuras protegidas: el Parque Nacional de la montaña de Covadonga –hoy, Picos de Europa-, en Asturias; y apenas tres semanas después, este de Ordesa y Monte Perdido –llamado en un principio de valle Ordesa y del río Ara-. Desde ese momento, el Parque ha ido evolucionando; de poco más de las 2.000 hectáreas de un principio, hasta las que tiene actualmente; de una gestión compartida, hacia otra exclusiva, realizada por el Gobierno de Aragón; de zona protegida como simple Parque Nacional, hasta su declaración en 1997, como Patrimonio de la Humanidad.
Seguramente, quedan hoy pocos románticos y pirineístas puros, de entre esos 600.000 visitantes que recibe, anualmente, esta zona del sur de los Pirineos. Seguramente, nada tendrán que ver sus notas con las de aquellos, realizadas hoy día, más a golpe de smartphone, que de papel y lápiz. Sea como fuere, la historia guardará un lugar para todos en este lugar, pues su legado ha contribuido y contribuirá, en dar a difundir un espacio que merece la pena proteger y que siempre, resulta mágico.
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