Por Leoncio Robles/Servindi
Ondulantes y armónicos, en grupos de cinco o seis ejemplares, emergen a la superficie para respirar cada pocos minutos. Los relucientes cuerpos gris azulado se dejan ver unos breves segundos al mismo tiempo que emiten agudos silbidos y chasquidos. Siguen un buen rato la estela que deja el viejo galeón. A bordo de la nave van unos turistas ilusionados por observar a los delfines nariz de botella o mulares (Tursiops truncatus).
Se trata de una colonia residente en la bahía de la Arrábida, al sur de Lisboa. La nave es un histórico galeón que en tiempos transportó sal a todo lo largo del litoral portugués. Restaurado como lucía siglos atrás, recorre el estuario que forma el río Sado en su desembocadura en el Atlántico. Convertido en atracción en sí mismo, el viejo galeón está al servicio de los turistas que acuden a la Arrábida para observar en su medio a los delfines nariz de botella.
Cada año la bahía es visitada por otras colonias de esta misma especie de delfines que llegan para alimentarse en el estuario, pero al final de la temporada estas colonias de visitantes vuelven mar adentro, sin relacionarse con los delfines residentes. El hecho preocupa a los biólogos marinos del Centro Oceanográfico de la Arrábida por el temor a la indeseada endogamia.
Estos cetáceos de demostrada inteligencia poseen un sonido individual con el que se identifican ante sus congéneres, y aumentan o bajan el volumen del silbido o la frecuencia de chasquidos según cada circunstancia. Lo afirman los biólogos marinos que los observan desde hace años y que han clasificado hasta 30 sonidos distintos. La colonia de delfines de la bahía de la Arrábida está compuesta por 32 individuos, identificados individualmente por los científicos. Constituyen uno de los reclamos más atractivos para los turistas que visitan la Arrábida, en la región de Setúbal.
El gobierno portugués, en coordinación con los gobiernos municipales de la sierra de la Arrábida, ha dictado leyes de protección de la fauna y flora marina para evitar la contaminación de las aguas de la bahía y la especulación inmobiliaria. Las casas existentes en la estrecha costa, edificadas décadas atrás y antes de las disposiciones de protección ambiental, no pueden ni ampliar ni construir más pisos.
Uno de los problemas en países que poseen atractivos paisajísticos es compatibilizar conservación medioambiental e industria turística. La explotación de esta actividad económica llevada a cabo sin control ha causado daños en la naturaleza del entorno. El diario británico The Independent resaltaba no hace mucho algunos casos de impacto negativo del turismo en varios países. Citaba a Tailandia cuyo gobierno ha prohibido el acceso a varias islas en el sur del país por grave deterioro ambiental causado por la excesiva presencia de visitantes en las últimas décadas. La prohibición se tomó para dar tiempo a la recuperación de lo destruido y encontrar fórmulas de equilibrio entre turismo y protección medioambiental.
Nadie pone en duda de que la actividad turística genera beneficios económicos en sectores importantes de la sociedad, pero resulta negativo si crece sin medidas de regulación. Ciudades como Barcelona y Ámsterdam empiezan a mostrar hostilidad hacia la masiva presencia del turismo de masas por su negativa incidencia en la vida de los barrios céntricos. Efectos colaterales son la escalada de precios tanto de viviendas como de locales comerciales, y la proliferación de alquiler turístico de apartamentos, muchos de ellos ilegales.
En Barcelona hay abierto un encendido debate ciudadano, y según una reciente encuesta el turismo es el principal problema de los barceloneses, por encima del paro laboral. En algunas de sus calles han aparecido llamativas pintadas como: All tourist are bastards, You are destroying Barcelona, Tourist go home…
El fenómeno del turismo masivo es un fenómeno del siglo XX que surgió gracias a las facilidades de las comunicaciones aéreas y el aumento del nivel de vida de capas sociales atraídas por costumbres y culturas distintas a la suya. En el siglo XXI todo indica que el volumen de viajeros irá en aumento, incentivado sobre todo por las compañías aéreas que ofertan vuelos low cost, incluso intercontinentales. Prácticamente no existe ningún lugar libre de visitantes, por remoto y exótico que sea.
Como toda actividad económica, el turismo tiene dos rostros. Por un lado contribuye al desarrollo de sectores de servicio que gracias a ella salen de la marginación y la pobreza; y por otro tiene un lado pernicioso, pues corrompe las costumbres locales. Y en muchos casos es responsable de la aparición de la prostitución y el consumo descontrolado de bebidas alcohólicas y drogas.
Para observadores críticos de este fenómeno es una forma de “morir de éxito”. Aprender de los errores de los demás para mantener un flujo de visitantes sostenible sería una de las soluciones. Bután lo ha hecho, este país asiático ha establecido un sistema de entrada de turistas a través de una única agencia estatal, que fija un costo de 250 dólares diarios por persona, que incluye alojamiento, transporte y guía. Y para brindar atención y confort indispensables ha puesto un número tope de visitantes por año.
Al fenómeno del turismo no es ajeno Cusco, cuya población original ha sido ‘expulsada’ del casco histórico por los altos precios alcanzados a causa de la demanda de locales comerciales, al tiempo que antiguas casonas coloniales pertenecientes a familias de rancio abolengo han sucumbido a la voracidad de grupos inversionistas extranjeros que las han convertido en hoteles exclusivos.
La ciudad ha enfrentado también conflictos de carácter administrativo con una de las grandes cadenas hoteleras que ha pretendido eludir el cumplimiento de disposiciones urbanísticas municipales. Por su fascinante historia, Cusco es en sí misma una ciudad de atracción turística mundial, pero además está en la ineludible línea del poderoso magnetismo que ejerce Machu Picchu sobre multitud de visitantes de todas las latitudes.
Establecer un equilibrio necesario entre desarrollo económico y actividad turística constituye un reto para todos los países en este año 2017, declarado por la Naciones Unidas como Año Internacional del Turismo Sostenible. Entre sus muchas recomendaciones sugiere que toda actividad enfocada al turismo sostenible debe sumar alicientes culturales, faunísticos y gastronómicos; además del disfrute paisajístico respetuoso con el medio ambiente.
Una vía de protección ecológica es la política turística aplicada por el gobierno de Portugal, que se ha involucrado en la vigilancia de esta actividad económica al aplicar medidas de preservación de la naturaleza mediante el programa de Parques Naturales. La Sierra de la Arrábida y su hermosa bahía atrae a numerosos turistas de playa y sol, y todas las advertencias están dirigidas a respetar el entorno natural. En ello ha sido vital el papel asumido por todos los municipios de la Arrábida y sus políticas sobre áreas naturales conservacionistas.
Arrábida proviene del árabe del siglo IX al rábita, cuyo origen se remonta a la ocupación musulmana de la península ibérica. Y más atrás en la historia, en la época del imperio romano, fue un centro de elaboración y almacenaje de salazones de pescado. Así lo atestiguan las excavaciones realizadas en los yacimientos arqueológicos de la costa de la Arrábida.
En los últimos años, Portugal ha logrado mucho en el campo de la conservación ecológica y la preservación de su reserva biogenética como plasmación del concepto de sostenibilidad. Promulgó la ley de preservación de la fauna y flora de la costa de la Reserva Natural del Estuario del Sado. Gracias a esta regulación la colonia de delfines tiene asegurada su supervivencia que se basa en la variada fauna marina formada por peces y de invertebrados, entre ellos calamares. Estas especies encuentran nutrientes en las aguas ricas en sedimentos del estuario del río Sado en cuyas aguas se produce cada año el desove de innumerables especies marinas.
En la región de Setúbal donde se halla la Arrábida todo respira ecología. Muchos hoteles promueven el respeto al medioambiente en consonancia con las disposiciones ecológicas de la región. Entre ellos el Hotel Villa Palmila, de cinco estrellas, ubicado en medio de extensos viñedos y alejado de todo ruido urbano, informa a sus clientes en una delicada nota en cada una de las habitaciones sobre la importancia de tomar consciencia ecológica, como a utilizar solo las toallas necesarias, pues los detergentes con que se lavan llegan a la larga al mar. Mediante paneles solares, este hotel produce la energía eléctrica que consumen todas sus instalaciones, y ha elegido el blanco marfil como el color predominante de su fachada, así como en la decoración interior y las habitaciones.
El uso de la energía solar se ha extendido en las últimas décadas a numerosos países. Así, en China esta energía es utilizada en los estadios de fútbol, y en Austria en los museos. En Portugal la regulación de la energía solar favorece su utilización como política de Estado. La gestión para el uso de esta energía renovable y limpia es sumamente fácil, basta comunicar a través de una página web gubernamental la potencia que se desea instalar. Nada de trámites burocráticos extenuantes. De hecho, el uso cada vez más extendido de esta energía ecológica ha propiciado que empresas portuguesas dedicadas a la fabricación y comercio de paneles solares gocen de excelentes perspectivas económicas, y sean de las más prósperas y rentables en la actualidad.
Fuente: servindi
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