Por Universidad Rey Juan Carlos / SINC
Hace 116 años, el explorador noruego Roald Amundsen fue la primera persona en llegar al Polo Sur convirtiendo a la Antártida en uno de los últimos espacios colonizados por el ser humano. Desde entonces, la presencia humana ha ido aumentando en el continente helado, por lo que ha crecido el impacto ambiental. Un equipo de científicos ha trazado por primera vez el plano completo del paso del hombre por toda la extensión de la Antártida para estudiar las consecuencias medioambientales.
La Antártida se caracteriza por la baja presencia humana histórica en comparación a otras zonas de la Tierra debido a su lejanía de otros continentes –Patagonia se encuentra a 1.000 km– y su frío extremo –el verano austral allí es comparable al invierno en Europa–. Gracias a su relativamente bajo grado de perturbación, los procesos ecológicos se pueden observar casi inalterados. Pero, según avanza la tecnología y crece el interés por los secretos de la Antártida, se explora cada vez más este entorno, lo que lleva asociado un creciente impacto ambiental.
Existen iniciativas que han tratado de caracterizar a escala global el impacto de las actividades humanas sobre el medio ambiente, como el estudio pionero del Dr. Sanderson y colaboradores en el año 2002 que ha sido actualizado en 2016 en la revista Nature Communications. Sin embargo, ningún trabajo había reflejado hasta ahora la huella humana en toda la extensión de la Antártida.
En un estudio publicado en la revista PLoS ONE, investigadores de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) y el British Antarctic Survey han recogido la información actual de las bases científicas, sitios de visita turística, campamentos, aeródromos, refugios y otras instalaciones situadas en la Antártida. Con estas bases de datos han generado un índice agregado de huella humana utilizando parámetros como la densidad humana y la distancia a vías de comunicación marítima o aérea para todos los lugares libres de hielo del continente.
"Tradicionalmente la Antártida se ha presentado como un ambiente prístino, pero hace ya muchos años que los primeros balleneros llegaron al continente y desde entonces los impactos no han dejado de crecer. La Antártida representa nada menos que una sexta parte de la superficie del planeta y había sido hasta ahora excluida de los mapas de huella humana debido a las dificultades que conlleva caracterizar las presiones humanas en la zona”, señala el investigador principal del proyecto, Miguel A. Olalla Tárraga, de la URJC.
Proteger el continente
La elaboración del primer mapa de huella humana en la Antártida permite conocer cómo se distribuye geográficamente la presión antrópica actual sobre el ecosistema, a la vez que posibilita la identificación de las zonas más alteradas y la aplicación de medidas para restringir y gestionar los impactos generados sobre la biodiversidad.
"A la hora de generar los índices de huella humana nos hemos adaptado a las particularidades del continente antártico, en el que los 'habitantes' somos científicos o turistas, y las 'poblaciones' se presentan en forma de bases científicas y sitios de visita turística. Además, mientras que en otras partes del mundo la accesibilidad está dominada en primer lugar por la extensa red de carreteras, en la Antártida nos encontramos que los desembarcos costeros son la principal fuente de acceso a muchos territorios de la península antártica. También hemos considerado parámetros como las autonomías de vuelo de helicópteros y avionetas para determinar la accesibilidad”, destaca la investigadora y doctoranda de la URJC, Greta Carrete Vega.
Para los científicos, disponer de esta nueva información les permitirá reforzar las estrategias de protección de la fauna y flora nativa y ayudar a preservar mejor, entre otras, las colonias de aves marinas (pingüinos, petreles o charranes) del continente. "Nos encontramos ante organismos que apenas han tenido contacto con el mundo externo, y cualquier perturbación podría dañarlos severamente”, concluye Luis Rodríguez Pertierra, primer autor del estudio.
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