Por José Antonio Cabezas Vigara / Antrophistoria
El pueblo aborígen kukukuku, de la Isla oceánica de Papúa-Nueva Guinea, cuenta entre sus costumbres ancestrales la de la momificación de sus fallecidos y la continua restauración de sus cuerpos. Los kukukuku son agresivos guerreros que creen que la ingesta de semen aporta virilidad y fuerza.
Existen muchos y diferentes rituales funerarios muy particulares y curiosos, incluso algunos escandalosos para nuestra mentalidad occidental. Un curioso ejemplo de ello es el que practican los kukukuku, un primitivo pueblo de Papúa-Nueva Guinea, desde tiempos inmemoriales. Se trata del embalsamamiento de los cadáveres y la posterior restauración incansable de los mismos, para que los restos de sus antepasados luzcan siempre como el primer día de su muerte.
Los kukukuku, también conocidos como los angu, cuentan con una serie de costumbres muy particulares. Por ejemplo, sus adolescentes y sus jóvenes acostumbran a ingerir semen para adquirir una mayor fortaleza y virilidad. Nunca se besan y el contacto físico en público está prohibido.
Por otro lado, la violencia forma parte de su día a día, ya que no dudan en recurrir a ella organizando continuos ataques por sorpresa contra los pueblos vecinos. Del mismo modo, también son agresivos entre ellos mismos, tanto que un individuo puede llegar a matar de un mazazo a otro por negarle el saludo.
La aldea Koke, ubicada en la provincia de Morobe, es el hogar de estos adoradores de los muertos. Está situada a unos 1500 metros de altitud y fue descubierta por la antropóloga británica Beatrice Blackwood, que debió sorprenderse mucho al ver a tanto muerto y tan bien conservados.
Hay que tener en cuenta que algunas de las momias más longevas de la tribu son ya centenarias y se conservan estupendamente. Los continuos cuidados que reciben, por parte de los kukukuku, no son en vano.
Pero, ¿cómo conseguían conservar las momias intactas durante tanto tiempo? Por lo que sabemos, untaban con resina los restos de la piel que quedaba en los huesos, atenuando así la actividad bacteriana y, además, eliminando el mal olor que provocaba la descomposición. Igualmente, también usaban una savia llamada kaumaka, que aplicaban sobre el cuerpo embalsamado para eliminar las grietas, aplicándola con tizones al rojo vivo para que se fundiera a modo de pegamento.
El arte de la conservación de los kukukuku pasó de generación en generación gracias a la cultura oral. Los ancianos impartían unas clases magistrales a los más jóvenes usando un cerdo para los ensayos. Mataban al animal, y lo secaban y ahumaban hasta que perdía todo el agua y la grasa. Cuando, a la hora de la verdad, se aplicaba esta técnica a un cadáver humano, el proceso del ahumado podía durar hasta 2 ó 3 meses, dependiendo del volumen corporal del fallecido.
Lo cierto es que nos han llegado muchos detalles de este proceso secreto gracias a un misionero protestante, llamado Walter Eidam, que en el año 1950 convivió con esta tribu. Eidam fue el primer hombre blanco en tener acceso a este conocimiento ancestral.
Los kukukuku exhiben sus momias, que aún a día de hoy conservan todo su esplendor, en una especie de galería en la que permanecen semisentadas gracias a la sujeción que les proporcionan unos palos de madera que las sujetan. A este tétrico lugar es adonde se dirigían los indígenas de la aldea Koke cuando necesitaban el consejo y la protección de sus antepasados. Es como si sintiesen que las momias formaran una suerte de comité de sabios reunidos para cuidar de la vida de la comunidad.
A pesar de todo, hace ya unos 25 años que el Gobierno de Papúa prohibió estas prácticas de momificación, por razones higiénicas, y los kukukuku han tenido que adaptarse a la nueva situación realizando rituales funerarios más comunes.
Escribir comentario