Por José Antonio Cabezas Vigara/Antrophistoria
No hay nada nuevo bajo el sol y nunca mejor dicho. El veraneo, el período de vacaciones estivales que tiene lugar en un sitio diferente al de la residencia habitual, es una práctica que se puede remontar a tiempos remotos, incluso a la historia antigua.
El primer 'turista' de la historia lo tenemos registrado en el año 776 a. C., en la antigua Grecia. Según narra un relato mitológico, en los primeros Juegos Olímpicos el dios Zeus no quiso faltar a las competiciones deportivas a él consagradas. Se disfrazó de peregrino, bajó a la Tierra y de incógnito se hospedó en la casa de una familia de Olimpia. El acontecimiento se repitió cada año en una casa diferente hasta que, en una ocasión, un hombre muy rico le negó el cobijo y Zeus lo arruinó. Desde entonces nadie se atrevió a negarle el albergue a un peregrino que iba a las Olimpiadas.
Más allá de la mitología, podemos situar el origen del 'veraneo' en Egipto, hacia el año 1500 a.c. En el solsticio de verano, a partir del 21 de junio, se iniciaba una gran fiesta con la que se daba la bienvenida al tiempo de las cosechas, aprovechando la habitual crecida del río Nilo. Tras estas celebraciones, después de participar en una ceremonia en honor al dios Sol en el templo de Amon-Ra en Karnak, los faraones comenzaban algo parecido a un “período vacacional”. Cambiaban su residencia habitual por alguno de los pabellones de verano situados en el alto Nilo, donde se dedicaban principalmente a la caza.
Sin embargo, el concepto 'vacacional' y de ocio de 'veraneo' viene de la antigua Roma, cuando los patricios comenzaron a disfrutar de su tiempo libre amparándose en una nueva corriente filosófica que aprobaba el disfrute del ocio como la auténtica esencia de la vida humana. Séneca, en el siglo I d. C., decía que a nadie compadecía más que “a esos hombres atareados que viven negándoselo todo en la juventud por no tener tiempo”.
Los patricios, además de alabar al tiempo libre, salían de Roma hacia el sur de Italia en los meses de verano, imitando al emperador, huyendo del insoportable hedor que las cloacas y las letrinas de la ciudad desprendían cuando más calentaba el sol. El escritor y político romano Petronio, en El Satiricón, cuenta que Nerón una vez exclamó: “Qué insoportable olor despedirá la plebe ahora que llega el calor”. Por esto, y más, la corte al completo se trasladaba en el mes de junio al palacio de Anzio en la costa siciliana.
Asimismo, Pompeya fue uno de los destinos favoritos de los 'veraneantes' romanos. La ciudad del Vesubio se transformó en lo más parecido a los actuales ‘resorts’ turísticos con lujosas villas, un anfiteatro, piscinas, termas y todo lo necesario para garantizar el bienestar de los más privilegiados de la sociedad.
Con la decadencia del Imperio se desvaneció la moda romana del veraneo. Aunque fue una época en la que se construyeron las primeras ciudades-balneario de Europa, como Aix-les-Bains en Francia o Bath en Inglaterra, pronto terminaron por cerrarse, y más aún cuando se descubrió que en sus baños la gente se podía contagiar de peste. El gusto por el ocio de las clases altas se disolvió entre las aguas turbias de los fanatismos, la violencia y las epidemias del medievo
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