Por Inés Climent
En el tren, el suave traqueteo del vagón por los rieles, el acontecer de los distintos paisajes a través de la ventana eleva el espíritu a un particular estado; logra que el viajero se pierda en la esencia del viaje, sin importar demasiado cual sea el destino.
Sin duda, el tren es uno de los medios de transportes más románticos y evocadores y, para mi gusto, una de las formas más deliciosas de desplazarte hacia tu destino. Algunas locomotoras continúan conservando esa esencia mítica que te traslada hacia el pasado; por contra, otras han dejado atrás esa atmósfera bohemia y sus vagones han sido adaptados a los nuevos tiempos seducidos por la modernidad y el confort de la alta velocidad.
Pese a que el fin actual del tren es eminentemente turístico, sus inicios se remontan a fines comerciales, con Inglaterra y la Revolución Industrial como telón de fondo. Corría el año 1825 cuando se abrió al público el primer ferrocarril que cubrió el pequeño tramo que separaba las poblaciones inglesas de Stockton y Darlington. Aunque ya, unas décadas antes James Watt había presentado la primera máquina de vapor.
Unos años más tarde y tras una primera explotación como medio de transporte de mercancías y elemento vertebrador para las ciudades, otros como Thomas Cook descubrieron en el convoy una fuente de riqueza con el desplazamiento de pasajeros. Este empresario inglés pasará a la historia por ser la primera persona en crear un viaje organizado. El tren en cuestión lo fletó un grupo de personas que se dirigían a un congreso de alcohólicos anónimos en Loughborough y, pese a que no le proporcionó demasiados beneficios económicos Cook fue avispado y vio una futura oportunidad de negocio. Así años más tarde, como buen emprendedor, decidió crear una agencia de viajes considerada la primera de la historia.
El tren puede además presumir de ser la primera estrella de la gran pantalla. El 28 de diciembre de 1895 en una sesión pública a los espectadores del Salon Indien de París los hermanos Lumière proyectaron su primer film La llegada de un tren a la estación de Ciotat. La película, de apenas unos minutos de duración, recogía el instante en el que una locomotora se adentraba en la estación y los espectadores, confesaron que por unos instantes tuvieron la sensación de que aquella maquina de hierro iba a entrar en la sala de verdad. El éxito de los hermanos Luimière fue sorprendente, y con este hecho el tren consiguió hacerse, si cabe, aún más popular.
El ferrocarril ha contribuido extraordinariamente a la transformación del mundo y al desarrollo de la humanidad. Ha permitido el transporte de mercancías entre los continentes y también ha sido considerada una importante herramienta de poder y dominación. La construcción de más vías, favorecía un mayor intercambio de mercancías y, con ello, un desarrollo más rápido de la sociedad. Con la popularización del viaje como divertimento el tren se idealizó y comenzó a representar el espíritu liberado de la sociedad, que podía moverse hasta casi cualquier lugar. Son muchos los trenes que han existido a lo largo de la historia, pero algunos de ellos, aún en funcionamiento, han llegado a convertirse en verdaderos símbolos de una época.
Hay trenes que se hacen eco de la opulencia y el lujo de la belle epoque. Adentrarse en una de estas locomotoras en las que parece que los relojes hayan sucumbido al paso del tiempo es un lujo que no está al alcance de todos los bolsillos. El mítico Orient Express ilustraría esta primera categoría. Este famoso convoy ha sido fuente de inspiración para leyendas e historias de misterios y, en la actualidad, continúa saliendo cada miércoles o sábado con destino Innsbruck, Paris y Londres. Recorre 1.715 kilómetros en 31 horas, por lo que no es acto para impacientes ya que con una velocidad media de poco más de 55 kilómetros por hora. Para lo que si hay tiempo de sobra es para contemplar los paisajes a través de la ventana y dejarse agasajar por la gastronomía gourmet de su cocina.
Cumpliendo con las mismas características y sin tener que salir de España se enclava el recién restaurado Al- Andalus. Durante seis días y cinco noches este Palacio sobre ruedas recorre las ciudades de Sevilla, Córdoba, Baeza, Úbeda, Granada, Ronda, Cádiz, Jerez, Sanlúcar de Barrameda y el Parque Nacional de Doñana. Eso sí, como ya hemos avisado éste es un capricho que sólo pueden permitirse unos pocos, ya que el precio medio del pasaje ronda entre 2.300 euros y los 2.500 euros.
Por otro lado están aquellos trenes que recorren parajes inhóspitos y cuyo trazado pone de relieve el espíritu de opulencia y los deseos de grandeza de una nación. Este es el caso del Transiberiano. Denominado el tren más largo del mundo, sus vías se extienden por los 9.289 kilómetros que separan a la capital, Moscú, de su ciudad más oriental, Vladivostok. Un viaje de seis días y a través del tiempo ya que se atraviesan ocho husos horarios, por lo que habrá que estar atentos para ir cambiando el reloj de hora. La obra del Transiberiano fue un empeño del zar Alejandro II, quien en 1891 anunció su gesta: una vía férrea que atravesara Rusia de punta a punta y cuya construcción se iniciaría en cinco sectores de forma simultánea. Hicieron falta miles de trabajadores y de reclusos forzados, con la promesa de reducir sus condenas, para que en 1904 quedara finalizado, aunque no fue hasta 2002 cuando se completaría la electrificación de la línea.
El ferrocarril de Jungfraubah comparte junto al Transiberiano la dificultad de poner en marcha un proyecto de semejantes características. La estación de Jungfraujoch es una de las más altas de Europa –cerca de 3.500 metros de altitud- y, por ello, ha sido apodado el techo de Europa. El tren recorre apenas 9,34km, pero que vence un desnivel de 1.400 metros. La obra de ingeniería corrió a cargo del ingeniero Adolf Guyer- Zeller que durante toda su vida estuvo obsesionado con la idea de cavar un túnel en el interior de la montaña Eiger para hacer pasar un tren cremallera que lo llevara hasta la cima del Jungfrau. Vio su sueño frustrado porque nunca pudo coronar la cima y, además, murió antes de que la obra estuviera finalizada. Durante el 2012 en la cima Jungfraujoch se han llevado a cabo numerosos actos de celebración para conmemorar los 100 años de esta obra increíble.
Estos son solo algunos ejemplos de trenes emblemáticos, pero hay muchos más. Me atrevería a decir que hay un tren para cada persona y un viaje para cada tren, así que la historia no acaba aquí…Continuará….
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@salcofa (jueves, 13 septiembre 2012 22:08)
Actualmente, en los tiempos de las prisas y el "Take away que vivimos, es una grandísima oportunidad la de poder disfrutar de un viaje en tren, de los de antes, no me refiero a los híbridos pseudovoladores, sino a los tradicionales, a los viejos automotores regionales en los que aún es posible mecerse con el vaivén inconfundible de los andares ferroviarios, a aquellos vagones en los que es imposible no entablar conversación con el vecino de butaca, a aquellos viajes en los que siempre acabamos enriquecidos con mil y una historias variopintas. Es por eso por lo que un viaje en tren puede convertirse, si nosotros queremos, en un periplo único e intemporal que nos libere de la acelerada rutina en la que vivimos inmersos.
Ana León (viernes, 14 septiembre 2012 09:37)
Muy buena entrada, qué ganas de volver a estar de viaje! He de decir que yo antes los momentos de traslado no lo consideraba viaje, pero el tren es un medio diferente, es como un viaje dentro de un viaje!!!
@BeatrizLizana (viernes, 14 septiembre 2012 16:11)
Hubo un tiempo que se podía recorrer todo el sur de España en tren. Actualmente no es posible, muchas de sus estaciones fueron clausuradas y las antiguas vías se han convertido en vías verdes; al menos ahora se pasea y se hace deporte en ellas.