Por Carmen Ortiz
Las raíces de nuestra cultura se enredan en un discurso soberbio y ciego. En él que no hay más murmullo que el que nuestra desarrollada civilización impone y más verdad que la que nuestro aire contaminado nos vomita. Esta seguridad de pensar que el barro por donde andamos es el único camino posible lleva a rechazar todo lo que no encaje en nuestros cánones de lo que llamamos progreso. Con frecuencia nos asomamos a las otras realidades con una visión paternalista. Muchos pueblos indígenas y detractores de nuestra cultura que no bailan al estridente compás del “progreso”, se perciben como carentes de la madurez o la categoría suficiente para entrar en el exclusivo club del desarrollo.. Pero ¿qué ocurre cuando nosotros nos convertimos en los "otros", cuando nuestra cultura es sometida a juicio bajo la mirada de un espectador poco acostumbrado a nuestros recovecos culturales?
Al plantear estas cuestiones acuden a mi memoria las palabras de un entrañable libro, muy conocido en las décadas de los 70 y 80 y que hoy pocos recuerdan. Su título es “Los Papalagi”. A través de las palabras escritas por un supuesto jefe de una tribu samoano que viaja a Europa -llamado Tuiavii de Tiavea- se realiza, en clave de humor crítico, una minuciosa descripción de nuestra cultura. Tras la voz relatora de Tuavii está su verdadero autor, el escritor, pintor y viajero Erich Scheurmann (1878-1957) que escribió el libro en 1920. Bajo este camuflaje Scheurmann estructuró el texto a través de 11 discursos en los que el supuesto jefe samoano contaba a los miembros de su tribu cómo vivían los occidentales. Este legítimo recurso de ficción no resta valor al relato y supone una invitación para analizar con humildad muchos de los principios que culturalmente aceptamos como ciertos, o incluso consideramos como únicos y absolutos.
“Hermanos míos de piel luminosa, –explica el jefe samoano- todos nosotros somos pobres. Nuestra tierra es la más pobre de todas las tierras bajo el sol. No tenemos suficiente metal redondo o papel tosco para llenar ni siquiera un cofre. De acuerdo con las normas de los Papalagi somos desdichados mendigos. Y todavía, cuando miro a vuestros ojos y los comparo con aquéllos de los ricos allí, encuentro los suyos cansados, mortecinos y perezosos, mientras que los vuestros brillan”.
El hombre blanco es el papalagi -como Tuiavii nos llama en sus discursos- tan altivo, tan seguro, tan atrapado en sus verdades y tan desconectados de la naturaleza que nos amamanta y nos acuna. Destruimos, compramos, ensuciamos, conquistamos impunemente, creyendo poseer la Tierra. Vivimos en “islas de piedras” asfixiados por el asfalto y las ansias de poseer y controlar. Vendemos nuestro tiempo y esfuerzo para prepararnos dentro de un sistema educativo que nos homogeniza, que mata nuestra creatividad y que nos enseña a ser productivos para el sistema. Todo esto lo denuncia el autor de Los Papalagi
Durante un paseo urbano me fijé en el detalle de cómo una flor se había abierto paso entre dos baldosas, aprovechando un pequeño hueco de tierra. Me llamo la atención, la Naturaleza reclamando lo que es suyo. Pensé que si no fuera por la mano del hombre todo el entorno gris que me abrazaba en mi “isla de piedra” sería verde.
En otro de los discursos Tuaivii habla sobre “el metal redondo y el papel tosco” y dice: “Lo invocan como un dios. El dinero es su único amor han dado su alegría a cambio de dinero, su vida, su honor, su espíritu, su felicidad. Casi todos ellos han dado su salud por dinero”.
Los discursos que el jefe samoano nos dedica a los papalagis concluyen, con mucho sentido común, que bajo nuestro modelo cultural no se encuentra la llave de la felicidad. Con sencillez y un gran sentido crítico, el autor nos muestra que las cadenas que nos atrapan y nos llevan por este camino de incertidumbre están controladas por un sistema económico y sociocultural escasamente sometido a juicio y revisión.
En otro parráfo dice Tuiavii :“Dejémonos de promesas y gritémosles [a los papalagi]: Permaneced lejos de nosotros con vuestros hábitos y vuestros vicios, con vuestra loca precipitación por la riqueza que traba las manos y la cabeza, vuestra pasión por llegar a ser mejores que vuestros hermanos, vuestras muchas empresas sin sentido, vuestros curiosos pensamientos y los conocimientos que no conducen a nada, y otras tonterías que dificultan vuestro sueño en la estera".
Conviene releerlo en estos tiempos de crisis. Casi un siglo después de haberse escrito, resulta todo un manifiesto contra el sistema y un alegato en defensa de los civilizados pueblos indígenas.
Última edición en papel:
TUIAVII (Rubiales Yolanda Tr.) (2005): Los Papalagi. Barcelona, RBA Libros. ISBN 13: 978-84-7871-424-7
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