Por Kirely Macedo (desde México)
En México existen momentos mágicos creados por la naturaleza. Uno de ellos es el equinoccio de la primavera. Cuando se sitúa el Sol en la cúspide de la cúpula celeste, en su cenit, es el momento en el que, para las culturas azteca y maya, la energía desciende sobre la Tierra con todo su apogeo. Según la tradición de los pueblos prehispánicos esta energía les inspiraba para alcanzar sus conocimientos relacionados con la astronomía, las matemáticas, la religión y la espiritualidad.
La tradición todavía perdura. En Teotihuacan la gente sube a la Pirámide del Sol para esperar el amanecer. Al mediodía las personas, vestidas de blanco, levantan los brazos con las manos dirigidas hacia el astro para “llenarse de su energía”.
Según esta tradición las palmas de las manos actúan como receptores de la energía haciendo que la persona se purifique física, emocional y mentalmente. Muchos son los visitantes que acuden al lugar para mantener el rito vivo mostrando un entrañable espectáculo que nos remonta a otros tiempos.
En la Pirámide de Kukulcan, en Chichen Itza, en la península de Yucatán, en el mismo día durante la puesta del sol se produce una proyección serpentina de siete triángulos invertidos de luz, gracias a la sombra de las nueve plataformas del edificio. Se aprecia así un gran espectáculo de luces y sombras, matemáticamente estudiado por los pueblos prehispánicos. Conviene recordar que la serpiente es el símbolo de Quetzalcóatl que quiere decir “serpiente emplumada” y para las culturas mesoamericanas era una de sus deidades supremas.
Para acercarse de una forma vivencial a la culturas prehispánicas en México, resulta interesante presenciar estos rituales. Eso sí, conviene verlos con el respeto a la tradición y la mirada analítica del antropólogo, pero también con una mente clara y alejada de los esoterismos actuales.
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