Por Noemí Morejón
Viajar a veces no es tan gratificante como parece, especialmente si se hace por necesidad, para desarrollar una carrera profesional, progresar y labrarse un futuro. En España la situación laboral es precaria, más aún cuando hablamos de jóvenes universitarios que ven frustradas sus esperanzas después de conseguir su título académico. Desde 2009 se ha acelerado un proceso de emigración, encabezado por jóvenes bien formados, conscientes de la falta de oportunidades. Los movimientos migratorios en nuestro país han experimentado un giro en los últimos años que genera viajes, pero sin billete de vuelta.
Viajar a largo plazo se ha convertido en una opción para todos los que no encuentran dentro de nuestras fronteras un futuro alentador y, sin embargo, ven en el extranjero una posible solución al conflicto laboral y personal que se sufre como consecuencia de la crisis. Ya lo vivimos con nuestros abuelos y ahora lo rememoramos en nuestra propia carne. Los destinos, muy similares; el bagaje cultural, muy superior; las condiciones que nos arrastran, las mismas.
Dentro de una clasificación donde se pueden diferenciar los tipos de migración según sus condicionantes, podemos decir que la nueva emigración a la que estamos sometidos es temporal (estaremos únicamente un periodo determinado y volveremos a nuestro hogar) e internacional (tenemos como preferencia Sudamérica y el centro de Europa). En cuanto a su carácter: forzada o voluntaria, conviene hacer una aclaración. Una emigración forzada se produce como consecuencia de catástrofes naturales o conflictos armados, mientras que la voluntaria, como su nombre indica, se lleva a cabo para buscar una mejora de la calidad de vida.
Y ahora me pregunto, ¿es acaso la emigración actual de nuestros jóvenes voluntaria o por el contrario es tremendamente obligada, a pesar de que no se deba a ninguno de los dos motivos mencionados anteriormente? Es evidente que en España no se ha dado ningún conflicto armado ni ninguna gran catástrofe natural, pero sí laboral y, por tanto, social. A nuestra población activa le han arrancado de golpe las oportunidades, la opción de superarse día a día, de crecer como persona y contribuir con su trabajo a los demás. En un país donde el paro es el más alto de la Unión Europea la confianza de los jóvenes está sepultada en el olvido y las miras solamente se pueden dirigir al exterior.
Nuestros vecinos parecen ser más resolutivos a la hora de salir de este conflicto económico al que la banca y las grandes multinacionales -dentro de un sistema neocapitalista sin escrúpulos- nos han llevado sin sonrojarse. Ellos han experimentado una mejora laboral que entusiasma de nuevo a sus ciudadanos; en cambio, nuestra situación empeora día a día. Las cifras proporcionadas por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) afirman que la emigración española se debe a una corriente de retorno de inmigrantes que estaban en nuestro país; pero cada vez es más común escuchar a un compañero de carrera, de profesión o a cualquier amigo explicar que abandona España en busca de un presente y un futuro mejor.
La cola del paro está llena de ingenieros, médicos, arquitectos, abogados y ni que decir, de periodistas. Un 22% de jóvenes deciden hacer las maletas sin saber cuándo podrán volver.
Fuentes de información:
- http://www.ine.es/prodyser/pubweb/tend_demo_s20/migraciones.pdf
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