Por Irene González Cervantes
Viajar se está convirtiendo para mucha gente en una práctica de consumir y tirar: comprar un billete, coger un avión, visitar los sitios recomendados precipitadamente, hacer mil fotografías y volver al domicilio para descansar de un agotador viaje. Cabe preguntarse si no sería mejor quedarse en el sofá de casa, viendo cualquier programa de viajes y refrescándose con un una buena bebida frente a un ventilador. Con frecuencia da la impresión de que para muchos la finalidad del viaje es únicamente coleccionar fotografías para presumir en las redes sociales de todos los sitios junto a los que se ha posado.
La dinámica de los viajes crucero se ha instaurado progresivamente en nuestro entorno social. Se planean, ordenan y organizan las visitas, horarios y comidas siguiendo al pie de la letra lo indicado por los tour operadores. Con un mapa en mano se subrayan los sitios que hay que ver, por supuesto dejando al margen todo lo que no aparece en las correspondientes y convencionales guías turísticas. Ante tanta organización cabe cuestionarse dónde está el aspecto lúdico de este modelo de viajes.
Por si fuera poco a este estilo de turismo hay que añadir una nueva tendencia, más patética si cabe que la anterior. Determinados hoteles han adoptado una estrategia de marketing que podríamos llamar “de clausura” que consiste en mantener al hospedado dentro de las dependencias del hotel el máximo tiempo posible hasta el día marcado del check out, a las 12 en punto de la mañana. Actividades para niños, jóvenes, mayores y ancianos están servidas; todas adaptadas a los gustos de cada uno y… ¡gratuitas!… “¿Para qué salir fuera del hotel con lo bien que me tratan aquí?”
Hace unos días salí a almorzar a un restaurante italiano en la Costa del Sol. Es uno de esos restaurantes generalmente frecuentados por ser bueno, bonito y barato. Pero en esta ocasión me extrañé por la poca presencia de clientes. Sin embargo muchos hoteles por los que pasé desde mi casa hasta el restaurante se veían abarrotados de personas. Alcé la vista y comprobé que en los restaurantes, bares y comercios de la zona apenas había turistas. El dueño del restaurante me aclaró que los hoteleros, mediante tácticas que van más allá del bed and breakfast, organizan tantas actividades y proporcionan tal bombardeo de ofertas y facilidades a los clientes que éstos no sienten la necesidad de salir fuera a conocer la ciudad. Ante la euforia contagiada por los animadores del hotel que se refleja en la narcotizada actitud de los huéspedes, no ven la necesidad de conocer la realidad de los lugares visitados.
El encanto de los sitios –incluso en lugares tan masificados como la Costa del Sol - hay que buscarlo entre la población local, fuera de las dependencias de la industria turística, fuera del buffet y la piscina, entre el bullicio de las gentes, paseos y terrazas, el silencio de los espacios naturales y el murmullo del mar.
¿Cuándo nos convertimos en Hansel y Gretel y cedimos nuestro espíritu aventurero?
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