Por Juliana Afonso (Corresponsal en Brasil)
El vendedor de choclo cocido, en la plaza central, pide a todos que hagan cola. Con una sonrisa en la cara, atiende uno a uno. Cuando consigue un breve momento de descanso, limpia el sudor de su frente y pregunta al colega de las palomitas: “¿vas a venir mañana?”. La respuesta es rápida: claro. Los dos miran el reloj y hacen cálculos mentales de cuanto van a ganar al final del día. Mucho, seguramente.
Centenares de personas, restaurantes rebosantes, coches por todas las calles… Este es escenario de la ciudad de Tiradentes en periodos de fiestas y finales de semana. La ciudad se colapsa. Las personas que viven en los grandes centros urbanos próximos, cansadas de sus rutinas, acuden a esta localidad buscando un cambio de aires, tranquilidad y sosiego.
Hace unos años, Tiradentes no estaba en los itinerarios turísticos y casi nadie se acercaba a ella. Ubicada en el estado de Minas Gerais, al sudeste de Brasil, fue redescubierta por partida doble: una en el siglo XVII, por los exploradores, y otra en 1998, por los turistas.
En ese año -1998- la ciudad acogió su primer gran festival, la Mostra de Cinema de Tiradentes. El evento inauguró el nuevo Centro Cultural Yves Alves, un espacio para conciertos y exposiciones. El festival reunió exhibiciones de filmes nacionales, importantes personalidades del campo de séptimo arte, talleres de cine y una gran programación cultural.
La importancia del encuentro atrajo a 6.400 personas en una semana. La ciudad fue visitada por un número de personas superior al de sus habitantes. En verdad, Tiradentes, no estaba preparada para recibir a tanta gente…
En aquellos años la ciudad sólo tenía 5 mil habitantes, 700 camas y dos restaurantes. Su buena ubicación, entre los grandes centros urbanos de Belo Horizonte, Río de Janeiro y São Paulo, y sus riquezas naturales, además un extraordinario patrimonio histórico y cultural hicieron el resto.
La promoción de la prensa, la popularidad y el turismo no tardaron en llegar. Su crecimiento es fácilmente apreciable. Ahora ya tiene 7 mil habitantes y dispone de 5000 camas para pernoctar. Para comer se puede elegir entre infinidad de restaurantes con diferentes variedades de comida: típica, contemporánea, extranjera, vegetariana... Otros festivales aprovechan el espacio y la ciudad cuenta con un calendario repleto de eventos. Entre los más importantes está el Foto em Pauta, de fotografías, el Festival de Cultura y Gastronomía, y el Bike Fest Tiradentes, de motocicletas.
Así ha crecido Tiradentes. Quien viene a visitarla y ve al vendedor de choclos cocidos, alegre, con su flequillo en la frente, no es consciente de lo inusual que habría sido su presencia hace 14 años. Por supuesto, el rápido crecimiento de la ciudad ha traído problemas. Con la afluencia de los turistas, los monumentos y las obras notables sufren constantes destrozos. Otro problema son las fiestas particulares; cuando los conciertos acaban, los noctámbulos continúan la juerga en sus casas o en la misma calle, siempre con el sonido a máximo volumen. La tranquilidad y el sosiego que buscaban sus visitantes han desaparecido
Hoy la principal reclamación de esta ciudad,-popularizada por sus eventos- es que sólo se utiliza como un gran escenario. Sus habitantes aspiran al reconocimiento de su historia y de su cultura. La riqueza de Tiradentes, como suele ocurrir cuando el desarrollo no es equilibrado, no se muestra debidamente.
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