Por Mariano Belenguer
Los días invernales de frío y lluvia invitan a viajar camuflado entre las hojas de un buen libro. Y uno de los libros más recomendables para todo viajero es, sin duda, "Tristes Trópicos" del conocido antropólogo Claude Lévi-Strauss, fallecido en el 2009, a la edad de 101 años. Una obra para leer, releer y reflexionar desde los primeros párrafos. Su conocimiento de los pueblos, su acumulada experiencia como antropólogo y viajero y su premonitoria visión del futuro quedan de manifiesto con este extraordinario texto escrito en los años 50.
Sus páginas son lecciones para cualquier viajero de hoy en día, y especialmente para esos turistas consumidores de paisajes y destinos que convulsivamente revolotean escenarios para luego poder añadir puntos sobre un mapamundi y presumir después de su falsa condición de viajeros. Sentarse a leer de vez en cuando en lugar de devorar espacios de forma precipitada es una buena práctica. Tal vez después de la lectura de este libro, el turista-coleccionista-convulsivo, comience a dejar de serlo e inicie su camino por la senda de un buen viajero.
También deberían leerlo determinados promotores de viajes, directores de revistas y productores de triviales documentales de aventuras viajeras que con el beneplácito de sus respectivas cadenas y empresas han convertido los viajes en una pantomima ridícula. Se echan en falta aquellas series documentales de Luis Pancorbo, José Luis Domínguez, Sebastián Álvaro y otros muchos grandes profesionales que parecen haber sido sustituidos por ridículos y estúpidos programas que llevan la etiqueta de viajeros.
Algunos nos adentran por la jungla con chancletas; otros intentan hacernos vivir extremos desafíos, aniñados y aliñados con comentarios tan superficiales que el mayor desafío para una mente lúcida consiste en llegar al final del programa. Y esto no es lo peor, los hay que han jugado y manipulado a las comunidades indígenas hasta el punto de suscitar la indignación y protesta de los antropólogos.
Programas, divertidos, frescos, dicen sus defensores…sí, tan frescos como para quedarse helado si analizáramos las consecuencias de tanta trivialidad en los medios de comunicación actuales. A todos, la lectura de este libro les ayudaría a reflexionar sobre el verdadero valor de los viajes y el respeto hacia las otras culturas y espacios geográficos.
Tristes Trópicos, es mucho más que un libro de viajes, mucho más que una obra de antropología, es todo un ensayo filosófico y un lamento sobre lo que, ya en el año 1955, cuando se escribió, ocurría en el mundo de los viajes y que, inevitablemente, se iba a acelerar en las siguientes décadas.
Tal vez lo más adecuado es dejar que Leví- Strauss se exprese por sí mismo a través de algunos de los exquisitos párrafos escritos en “El fin de los viajes” título de la primera parte de su libro:
“Hoy ser explorador es un oficio; oficio que no sólo consiste, como podría creerse, en descubrir, al término de años de estudio hechos que permanecían desconocidos, sino en recorrer un elevado número de kilómetros y acumular proyecciones, fijas o animadas, si es posible en colores, gracias a los cual se colmará una sala durante varios días con una multitud de oyentes para quienes vulgaridades y trivialidades aparecerán milagrosamente trasmutadas en revelaciones, por la única razón de que en vez de plagiarlas en su propio medio, el autor las santificó mediante un recorrido de 20.000 kilómetros.
¿Qué oímos en esas conferencias y qué leemos en esos libros?. Las listas de las cajas que se llevaban, las fechorías del perrito de a bordo y, mezcladas con las anécdotas, migajas insípidas de información que deambulan por todos los manuales desde hace un siglo y que una dosis de desvergüenza poco común –pero en justa relación con la ingenuidad e ignorancia de los consumidores— no titubea en presentar como un testimonio, ¡qué digo! como un descubrimiento original. Sin duda hay excepciones, y todas la épocas han conocido viajeros responsables…”
“Hoy cuando las islas polinesias anegadas de hormigón son trasformadas en portaaviones pesadamente anclados en el fondo de los mares del sur, cuando Asia entera cobra el semblante de una zona enfermiza, cuando las “villas miseria” corroen África, cuando al aviación comercial y militar marchita el candor de las selvas americanas o melanesias aun antes de poder destruir su virginidad ¿cómo la pretendida evasión del viaje podría conseguir otra cosa que ponernos frente a las formas más desgraciadas de nuestra existencia histórica?...
Entonces comprendo la pasión, la locura, el engaño de los relatos de viaje. Traen la ilusión de lo que ya no existe y que debería existir aún para que pudiéramos escapar de la agobiadora evidencia de que han sido jugados 20.000 años de historia.”
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