Por Javi Domínguez
El 18 de abril se cumplen 100 años de la inauguración del Parque de María Luisa de Sevilla. Este escenario botánico es un rincón imprescindible para el sevillano y todo aquel que llegue a la capital andaluza y quiera perderse por las 34 hectáreas llenas de jardines, fuentes, glorietas, museos y pabellones heredados de la Exposición Universal de 1929.
El parque es un sitio de recreo. La rutina se monta en bicicleta, camina y corre. Pasea de la mano o se sienta bohemia a leer. A la sombra se toma un bocadillo o echa una siesta en el césped. Los jardineros y personal de limpieza hacen que el visitante salga del estado de contemplación de un parque metido en un cuadro. El denominado Bien de Interés Cultural está de aniversario. Desde su rincón en el suroeste sevillano ha visto cómo ha cambiado la ciudad desde que fuera diseñado por el paisajista francés Jean Claude Nicolas Forestier.
En el parque de María Luisa el juego arquitectónico baila con las hiedras y se ensucia de albero. A pesar de que el ayuntamiento hispalense, mediante la Gerencia de Urbanismo y Medio Ambiente, ha realizado mejoras para sacar del abandono a muchas partes del parque, todavía quedan presentes esculturas erosionadas por el paso del tiempo y que conjugan con la melancolía que despiertan sus estanques, sus árboles y las flores.
El Estanque de los Lotos evoca añoranza. El tiempo se detiene mientras las enredaderas trepan a cada instante por las columnas de ladrillo visto. Cañaverales crecen en una fuente tranquila aturdida por los patos y tras la cual se ubica el monumento de bronce de la infante María Luisa de cuyo nombre recibe el jardín botánico.
Sin embargo el rincón más arrebatado de todos es la glorieta dedicada al escritor y poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer. La escultura del poeta sevillano que se entremete en un árbol que sirve de soporte a otras tres figuras de mármol blanco. Estas simbolizan a tres mujeres en los distintos estados del amor: éxtasis, presentimiento y melancolía. Las mujeres contrastan con el bronce de Cupido y Eros. El amor naciente y el perdido que completan la escena de base octogonal que rodea al árbol.
La Plaza de América es el epicentro del parque. Allí donde se amontonan las palomas que anidan en los recuerdos de niñez de tantos sevillanos. Todavía es común ver a los más pequeños dar de comer a las aves en la Glorieta de las Palomas. A pocos pasos, la hilera de coches de caballos espera al turista para pegarse una vuelta por los alrededores del parque. Los cocheros, guías turísticos forjados en la calle, esperan pacientes echándose un cigarrillo y charlando de la vida de la ciudad.
El espacio rectangular de la Plaza de América es el lugar para tomarse alguna bebida y descansar escoltado por la belleza de tres edificios que completan un triángulo arquitectónico cuyo vértice imaginario se asienta en la Avenida de la Borbolla. El Museo Arqueológico, edificio con la firma de Aníbal González, es dueño del flanco izquierdo mientras encara al Palacio Mudéjar en el que reside el Museo de Artes y Costumbres de la capital hispalense. El Pabellón Real cierra el triángulo.
No muy lejos de allí se levanta el Monte Gurugú. El visitante apenas puede divisar de primeras que aquella especie de agujero, aquella cueva entre la roca que se convertirá en una ascensión invisible por los árboles que la rodean. Esta elevación es uno de los miradores del parque aunque muchas vistas quedan ciegas debido a la densidad botánica. Los ramajes sin embargo dejan ver a cuatro leones que reinan en una fuente geométrica y que conformar la Fuente de los Leones.
El parque de María Luisa es además una simbiosis con la Sevilla de las Américas y con una cultural que ha buscado en el parque homenajes a distintos personajes sevillanos. Así se encuentra la Glorieta de los hermanos Quintero. Más que una glorieta, el espacio rectangular acoge una fuente con bancos de ladrillaría para poder sentarse a leer entre azulejos que guardan los títulos y personajes de las más famosas obras de los dramaturgos. En el centro de la bancada Serafín y Joaquín se sientan y un azulejo con dos veleros preside el espacio. En el mismo mosaico se puede leer “un aliento impulsa dos velas”.
La influencia que Sevilla tuvo en la escritura de Cervantes se deja notar en una pequeña glorieta delante del Palacio Real cuyo estandarte es un alargado pino alrededor del cual se disponen bancos revestidos con azulejos que representan distintos paisajes del Quijote. Las coplas también están presentes gracias a los espacios dedicados a Juanita Reina y Concha Piquer y no falta el lugar para la ópera en la Glorieta de Ofelia Nieto que invita a pasar al lugar a través de cualquiera de sus blancos arcos.
El recorrido por el parque María Luisa es además un regreso a la Sevilla de las Américas y la Exposición Universal de 1929 que la capital hispalense albergó. Los pabellones ahora destinados a varios usos se dispersan entre la arboleda y algunos se apostan en las inmediaciones del recinto. Los pabellones de Guatemala, Chile, Argentina, Uruguay o Perú otorgan un ejemplo de la arquitectura indigenista remanente.
El Parque María Luisa cumple 100 años siendo el pulmón de Sevilla. Una conglomeración botánica bañada por representaciones escultóricas, arquitectura local e indígena y los recuerdos moriscos. Un paseo para el sosiego y la melancolía de una Sevilla de otra época.
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